Hoy en el Día de la Hispanidad, desde Solfeando hacemos una referencia a las Misiones, las cuales fueron las primeras escuelas de música en latinoamérica. Con esta entrada, ponemos relieve en la importancia de aquellos primeros músicos misioneros:
Los primeros misioneros
Los jesuitas, encabezados por San Ignacio de Loyola, fueron creados en 1534 con el objeto de formar una milicia al servicio del Papa para la difusión del cristianismo y la defensa de la Iglesia. Su regla fue aprobada por Paulo III en 1539, y, definitivamente, con la bula Regimini militantis en 1540.
Con los primeros soldados y colonizadores, llegaron a América los misioneros (tanto jesuitas como dominicos y franciscanos), que difundieron la doctrina cristiana entre los indios por medio de la música, como lo hicieron el Padre Alonso Barzana, en el Tucumán, en 1585, y San Francisco Solano, en el Alto Paraná, en 1590. Estos dos religiosos, así como el resto de sus colegas, hallaron gran aceptación por parte de los nativos, que eran muy sensibles a toda actividad sonora y, como se descubrió luego, poseían un manejo excelente con los instrumentos musicales. Sin embargo, esta nueva forma de educación se practicó, en un principio, sin una finalidad artística.
El excelente trabajo elaborado por los jesuitas en todo lo que se refiera a arte y cultura, llevó al nacimiento de un nuevo estilo: el jesuítico, que en la música y en la poesía hizo resaltar ciertos aspectos regidos por el intelecto.
San Francisco Solano
Ha quedado en la historia de la evangelización, como figura destacada de la cofradía francesa, San Francisco Solano, nacido en Montilla, Andalucía, en 1549 y muerto en Lima, en 1610, a quien se le rinde culto en nuestras provincias, bajo la representación de un asceta músico. En 1586 llegó a los territorios que hoy forman la República Argentina, procedente del Perú, y en el año 1590, se establecía en Tucumán. Sus frecuentes viajes lo llevaron a Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Tucumán, Paraguay y Perú.
Fue respetado y querido por los indios a quienes convertía a los sones de su violín, sacándolos de las selvas y congregándolos en pacíficas poblaciones. Además del violín, podía ejecutar una especie de flauta (una quena, probablemente), tal como lo afirmara el cardenal doctor Antonio Caggiano. En el proceso de la canonización del santo se lee: “Otra muchas veces tuvo altísimas elevaciones, y coloquios con nuestro Señor y su bendita Madre, y para incitar a esto el ánimo, y provocar su espíritu a devoción, como hacía David cuando decía: “Exurge psalterium e chitara”, tomaba un violoncillo y con él se iba a cantar delante del Santísimo Sacramento y de la imagen de Nuestra Señora y se quedaba elevado en oración”
La vida musical en las Misiones Jesuíticas
Las reducciones de guaraníes se iniciaron en 1609. Ese mismo año el Padre Torres ordenaba que se les enseñara a los hijos de los nativos la doctrina, a leer, a escribir y, de ser posible, a tañer la flauta; instrucción que ratificó al año siguiente con las nuevas reducciones, encargándoles además la enseñanza del canto y la música. Cada reducción contaba con una capilla de músicos, que podían tocar casi cualquier instrumento, y con variados coros, los cuales impresionaron grandemente a los padres Pedro de Oñate y Francisco Jarque. Según documentos de la época, los indígenas poseían un “don” natural que les permitía aprender a tocar instrumentos y a cantar, cosas que hacían excelentemente. Además, debe tenerse en cuenta la atracción que generaba en los nativos cualquier actividad musical. Sin embargo, no existía ningún nativo que compusiese sus propias obras, ya que sólo se limitaban a tocar o cantar lo que estuviese escrito (cosa que los jesuitas atribuían a su escasa inteligencia). Se organizaban en cada pueblo bandas, orquestas y coros, gracias a la acción de maestros como el Padre Luis Berger, el Padre Juan Vaseo, etc. Hasta el propio Papa, en 1749, alabó el alto nivel musical alcanzado en América, llegando a comparar las misas de Europa con las de este continente.
El Padre José Cardiel arribó a la provincia del Paraguay en el año 1730, y desempeñó diversos cargos. Fue uno de los escritores que mejor supo reflejar la vida de las reducciones guaraníes. Según sus escritos, así sería la escuela y la música en las reducciones:
Se enseñaba a leer, a escribir, música y danza. En general sólo eran aceptados los hijos de la “nobleza” del pueblo, quienes eran educados por maestros indios, en su mayoría. Se seleccionaba a los alumnos según fueran al coro o a la capilla de músicos.
Un interrogante se le plantea al Padre: ¿por qué no hay algún indígena que sepa componer?. Según él, porque carecen completamente de creatividad, y sólo se contentan con hacer lisa y llanamente lo que se les dice, aunque con gran énfasis. Es así como llegaban a tocar los instrumentos y a cantar tan bien, dice Cardiel.
Se emociona finalmente el jesuita José Cardiel al describir el orden de los cantos que se hacen durante la semana. Los salmos, los himnos, y todas las otros géneros existentes. Señala la devoción, la profunda humildad y la inocencia de los indígenas al alabar a Dios, y la “celestial” forma de cantar y de hacer sonar los instrumentos.
Los maestros más importantes de las misiones: Juan Vaseo, Luis Berger, Pedro Comental, Antonio Sepp, Doménico Zípoli, Martín Schmid, Juan Fecha, Florián Paucke.